jueves, 30 de abril de 2009

Champú blanco.

Hoy me he duchado. Primero me gusta remojarme un rato bajo el agua caliente, hasta que la mampara se empaña y el vapor lo inunda todo como en un fumadero de opio. Me suelo quedar inmóvil bajo el agua durante minutos sin preocuparme demasiado por todas esas mierdas del uso responsable del agua con el que las instituciones intentan concienciarnos de lo necesaria que es el agua que dejamos escapar del grifo mientras nos cepillamos los dientes para los campos de golf de los turistas ingleses que acuden a sus colonias ibéricas. Cuando he cogido el bote de champú de avena, me he dado cuenta de que tiene exáctamente la textura, densidad y color del semen. He pensado que era una asociación bizarra como tantas otras que me vienen a veces a la cabeza cuando estoy relajado, pero al revisar los demás botes de gel, acondicionadores y champú que había en la repisa de la ducha, he comprobado que todos respondían a los mismos patrones por los que me han recordado al esperma. Todos eran blancos. Recuerdo que antes había champú de diversos colores y densidades. De hecho la mayoría eran ligeramente trasparentes y con tonalidades alegres, como azul o rosa. Pero ahora todos son blancos y ligeramente gelatinosos. Creo que el cambio en la elección de un determinado tipo de champú por otro ha sido motivado por la repentina aparición de la menopausia en el micro matriarcado que me aprisiona. Cuando mi madre era fértil, se podía encontrar en la estantería de la ducha una gran variedad de champú y gel de ducha, recuerdo que solía usar uno color melocotón que realmente olía a melocotón. Sin embargo, curiosamente, cuando paulatina y silenciosamente comenzó a espaciarse la presencia de los paquetes de compresas en el cuarto de baño, comenzaron a aparecer también los primeros botes de champú lechoso que hoy han llamado mi atención, indudablemente relacionados con el ansia de recuperación de la perdida fertilidad materna. Después de haberme percatado de los motivos de este cambio, me he sentido ligeramente asqueado, así que por la tarde he sustraido uno de los botes de champú de la tienda de mi madre, curiosamente surtida con gran variedad de colores y aromas. He elegido uno verde y un poco trasparente. Cuando lo he subido arriba y lo he examinado con más detenimiento, me he percatado de que yo también soy un mediocre componente de la descerebrada plebe, porque el champú que he elegido, de entre todos los que había, era Herbal Essences, que era promocionado con sonoros orgasmos en la televisión. Y entonces me he sentido asqueado de mí.

2 comentarios:

Raúl

Muchisimas gracias por tu visita y tus palabras de elogio en mi blog.
Un saludo.

gabrich

Hay momentos en la vida en los que conviene ser calvo. Son pocos, pero los hay.