Vienen a coger brevas.
Cuando mil veces mientes es el momento de aguardar a la aurora boreal para encontrarte, y el espectro ovalado del trovador trastornado que nunca duerme ya ha canjeado otro pedazo de mi alma por otra porción de tu cielo bajo esta piel de cangrejo. Y golpeo mi esófago desnudo sobre tu pecho mordiendo mi espina dorsal y me duermo en tus manos de nuevo y envuelvo mis lágrimas fosforescentes en sudarios de esparto. Mientras despeino el rostro de Cristo la muchacha infectada debe conseguir más magdalenas tan tarde como pueda y robar orines a los niños enfermos para destilar perfumes de amor. Es un hecho constatado. Vienen a coger brevas con la mano verde de algún santo marchito, santigüando el pastel de tu cuerpo. Vienen a extirparse las espinas a los campos de amianto como fantasmas impacientes de otras chicas en la próxima parada de autobús. Vienen portando imágenes fotocopiadas de las llagas de Cristo los jóvenes peregrinos castrados. Preescriben recetas robadas a los soldados ancianos en las avenidas. Desembocan en el mar encendido para celebrarlo. Como un ballenero portugués troceado en la playa, raciones de paella cuántica. Como un festín de de rifles en su tinta cargados de fiesta.
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