viernes, 20 de noviembre de 2009

Patentes.

Ante la insistencia acudo a la cita. El viejo espera mi llegada con la puerta abierta, postrado en un taburete bajo, con el pie derecho amarillento metido en un táper cubierto de gasas. El otro pie, parcialmente vendado, lo sostiene con una cuerda atada a su brazo izquierdo. Balbucea altivamente mientras tose como un general acuartelado en un hospital de provincias. Me muestra, sin mucho interés, el mecanismo de seguridad tras la puerta: un sistema de muescas a lo largo de una barra metálica anclada a la pared, uno de sus múltiples inventos. Tras el umbral, el ingenio económico para levantar tabiques, el aire acondicionado de acción manual, un amasijo de muebles apilados en el balcón, una ferretería insalubre acomodada en una oscura salita, un ordenador empotrado entre la maraña de estanterías atestadas. Hay un olor hediondo que se pasea por las estancias, como a fosa empantanada. Me enseña los archivos mientras respira con dificultad. Encabezados de fantasía en güord. Dosieres para patentes en curso.

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