lunes, 30 de marzo de 2009

Nikola Tesla.

Cuando no me siento bien, como ahora, me esfuerzo en recordar momentos felices, y creo que los únicos momentos absolutamente felices de mi vida sucedieron durante mi infancia.

En mi primera comunión, uno de los regalos que recibí fue una serie de cómics dedicados a la vida de personajes destacables de la historia de la ciencia, como Madamme Curie, Pasteur, Galileo, Marconi o los hermanos Wright. Pero uno de aquellos comics me llamó especialmente la atención. Era la vida de un personaje relativamente poco conocido llamado Nikola Tesla.

En este blog no quiero hacer referencias externas a nada, por lo que si a alguien le interesa la biografía de esta persona, siempre puede buscarla por si mismo.

Desde el momento en que empecé a leer aquel cómic, me sentí extrañamente familiarizado e identificado con aquel personaje, y comencé a sentir un repentino interés por la electricidad.

Empecé a experimentar con imanes, pilas de petaca, barras de grafito que se volvían incandescentes por la electricidad, pequeños motores de cochecitos de juguete... Nada especialmente destacable.

Recuerdo aquellos momentos de experimentación como un redescubrimiento de un mundo que todavía me era desconocido, y me parecía incomprensible que los increíbles fenómenos físicos que contemplaba, como el magnetismo, fueran ignorados por mi familia y compañeros de clase. La electricidad era una especie de magia alquímica ignorada por todos solamente porque es cotidiana. Mis experimentos de aquella época me transmitían una sensación de excitación mental que solo pude volver a sentir cuando descubrí mi talento musical. Hay muchas cosas que me hacen sentir así, pero creo que solamente la música lo consigue de una forma tan intensa.

Una de aquellas tardes, jugando con un motorcito eléctrico al que añadí una pequeña hélice de un helicóptero de juguete, se me ocurrió que podría hacerlo despegar si conseguía que el motor girara a suficientes revoluciones, por lo que se me ocurrió la brillante idea de alargar los cables e introducirlos directamente en uno de los enchufes de la casa. Sujetaba el motorcito con mi mano izquierda, y con la derecha introducía cuidadosamente los cables en el enchufe. Y ya no recuerdo nada más. Solo un resplandor azul y un intenso dolor que me recorrió todo el cuerpo desde mi mano hasta detrás de los ojos.

Desperté poco después en el hospital, con mis padres al lado castigándome con sus reproches. Yo estaba tan avergonzado cuando el medico me preguntó por lo sucedido que empecé a llorar sin poder articular palabra.

Nikola Tesla sufrió incontables descargas y varias electrocuciones, la primera de ellas a una edad similar a la mía cuando sucedió aquello.

Pero el siguió adelante, y yo no.

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