jueves, 23 de abril de 2009

Huevos Kinder.

Hoy he tenido que sustituir a mi madre en la tienda mientras ella iba al médico. No me ha dicho lo que le pasa, así que imagino que debe tratarse con algún trastorno de índole reproductivo, seguramente relacionado con la menopausia. Quizás un tumor del cuello del útero. O quizás no ha ido al médico y ha acudido a hablar con mi psiquiatra. No lo se.

En la tienda de mi madre vendemos ultramarinos y productos de limpieza. Es básicamente un clásico comercio de barrio de los pocos que quedan ya. Se pueden comprar la mayoría de cosas que suelen necesitarse cuando a uno no le apetece ir al alcampo o al carrefour.

Cuando estaba allí, ha entrado Antoñico, un hombre que toda su vida ha sido el niño tonto del barrio. Colecciona figuritas del Kinder Sorpresa, y su adquisición parecen producirle un placer semi-orgásmico. Siempre, durante años, ha hecho lo mismo: Entra en la tienda, balbucea una incomprensible retaila de perogrulladas inconexas, carentes de todo significado coherente, y coge un huevo Kinder del expositor de cartón. Después deposita los céntimos y monedas sobre el mostrador y acto seguido desenvuelve maravillado su preciosa nueva adquisición. La mayoría de las veces le falta un poco, y más de una vez ha pagado con monedas herrumbosas. Algunas de ellas están en mi mesita ahora.

Siento simpatía por este personaje, y curiosamente nunca he tenido la necesidad de aplicarle ninguno de mis rituales. Es extraño, ya que además de retrasado, gordo, y sentir una especial predilección por el verde en su atuendo, su presencia no me produce la menor incomodidad. Supongo que desde que era niño, su existencia me ha ayudado a sentir que soy evidentemente superior a él en todas y cada una de las facetas de la vida. Quizás para eso existen esa clase de criaturas, para que todos nos alegremos de no ser ellos y sentirnos casi afortunados de ser nosotros, incluso cuando nos quedan pocos motivos para hacerlo.

Ha partido ceremoniosamente el huevo y mirándome fijamente a los ojos, lo ha engullido, masticando ruidosamente, dejandome escuchar el chocolate mezclándose con su baba, como si a alguien le hubiera dado un ataque de epilepsia en una piscina llena de mierda. Su boca me ha recordado a una hormigonera. Sin dejar de masticar, ha abierto el huevo amarillo de plástico, y toda su atención se ha centrado en la pequeña figurita que se escondía dentro. Luego se ha marchado. Ha dicho "nio" o algo parecido, lo que imagino que en su particular jerga de disminuido psiquico querrá decir "adios", o quizás "mio". No lo se. Parecía inmensamente feliz.

Creo que yo también debería empezar a coleccionar algo, quizás dispensadores de caramelos Pez, o buscarme algún hobby, como construir maquetas de tanques... Ya se me ocurrirá algo. Lo único que se es que, durante un instante, he deseado ser Antoñico y sentir lo que el sentía, sea lo que fuere.

0 comentarios: