jueves, 2 de abril de 2009

Supersticiones.

Mucha gente de mi entorno me considera supersticioso, y debo darles un poco de razón si me veo a mí mismo desde la distorsionada óptica desde la que me perciben.

Lo cierto es que mi comportamiento cotidiano está plagado de pequeños rituales que muchas veces podrían ser considerados como una suerte de supersticiones absurdas de las que me cuesta mucho trabajo huir. La verdad es que la mayoría de las veces me resulta imposible ignorarlas.

La superstición es la religión de los tontos. La mayoría de los supersticiosos evitan cruzarse con un gato negro, pasar por debajo de una escalera o romper un espejo simplemente porque albergan la creencia de que si lo hacen, una indefinida fuerza cósmica los castigará retorciendo su destino hacía tenebrosas sendas de desgracia y sufrimiento. Siete años de mala suerte, una muerte en la familia...

Mis rituales son bastante más complicados. Me gustaría tener cientos de creencias supersticiosas en lugar de la obligación de cumplir con esas extrañas obligaciones autoimpuestas por la tirana y complicada maquinaria de mi mente, y que tanto me hacen sufrir.

Sufro enormemente cada vez que me cruzo con un afectado de sindrome de down por la calle. Se que es un ser vivo que merece respeto y que mi rechazo puede herirlo, siendo como son casi todos ellos tan emocionalmente sensibles, pero no puedo evitarlo, ya que desde que tengo uso de razón, este ritual (y varios más), ha permanecido casi inalterado en algún lugar oscuro donde la luz no llega casi nunca. Empezó de pronto, siendo un niño, cuando empecé a hacer recados solo. Cuando me crucé con uno de ellos por primera vez, una especie de grotesco axioma acudió a mi, como si un cuervo se posara en mi cabeza e hincara sus garras en mis sesos, aferrándose con todas sus fuerzas sin que mis intentos de sacudírmelo o espantarlo llegaran siquiera a inmutarlo. Y ahí sigue.

Y hoy he tenido que repetirlo, y no ha sido agradable para ninguno de los dos. Ha sido una situación extremadamente triste y embarazosa, ya que si bien los afectados de síndrome de down no pueden percibir con la misma claridad que las personas los acontecimientos que suceden a su alrededor, sus familiares si, y este en concreto iba acompañado por su madre, una cincuentona que ha reaccionada exageradamente mal cuando me he visto obligado a cumplir con mi ritual.

PD: Querida Alda... He pensado mucho sobre lo que me dijiste ayer, y tienes razón. Este blog no tiene sentido si no profundizo en las cavernas y exorcizo mis demonios. Lo de aquel fatídico sábado me dejó muy marcado. Dame un poco de tiempo y te mostraré hasta el más pequeño de mis recovecos.

Hasta el miércoles a las 11:15. Gracias por todo y no te preocupes. Estoy bien.

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