sábado, 2 de mayo de 2009

Las uñas.

Mi parte favorita del cuerpo, como habréis podido comprobar, son la uñas, y no sólo por ser un vestigio evolutivo de la parte más primitiva del animal que fuimos hace millones de años. Es comprensible que tengamos uñas en las manos para poder asir objetos diminutos con precisión, pero las uñas de los pies no tienen absolutamente ningún sentido más allá de recordarnos de donde venimos.


Habréis oído el rumor urbano que las uñas de los pies siguen creciendo después de morir. Pues es totalmente falso. Esta leyenda tiene su base en el hecho de que al morir la piel de la cutícula se retrae sobre sí misma dejando una mayor superficie libre sin piel, produciendo el efecto aparente de que han crecido cuando se examina el cadáver pocos días después del fallecimiento.

También es curioso el hecho de que las uñas de los pies crecen tres veces más lentamente que las de las manos, ya que las de las manos se desgastan con una mayor rapidez al no estar tan resguardadas. Comerse las uñas, como en mi caso, no tiene una utilidad lógica más allá del mantenimiento óptimo de su longitud, otro vestigio de cuando no teníamos ni tijeras ni cortauñas.

Me corto las uñas de los pies cada tres meses, y aunque ya no las colecciono, el momento de cortármelas me ayuda a reflexionar acerca de lo que ha pasado en el último periodo.

Dentro de unos días tengo que ir a terapia. El día 8 a las 11:45, me gustaría ir hoy mismo. No me siento demasiado bien. Una vez al mes me parece demasiado poco.

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