viernes, 10 de abril de 2009

Niñas gordas que canturrean.

La vida se rige por ciclos.

Llevo unas horas sintiendo una especie de euforia incontrolable, y puedo sentir como un punto concreto de mi pecho irradia una especie de luminosidad sensorial casi turbadora. Si me hicieran una fotografía con una cámara Kirlian, seguramente aparecería un vórtice rojo y verde palpitando en mi esternón.

Hace muchos años que alterno estados emocionales intermitentes sin una causa exógena, y es precisamente ese pulso el que me hace sentir ahora mismo como un semidios, camuflado entre la mediocridad que me rodea, como una rosa creciendo entre la basura.

Y es por eso que se que dentro de dos días, volveré a tocar fondo de nuevo. Aun así, no dejaré que la certeza de ese nuevo derrumbamiento me impida disfrutar de estos pequeños momentos de calma antes de la tempestad.

Hoy me he cruzado con una niña gitana y gorda de unos doce o trece años, que cubría su obeso y atrofiado cuerpo con una ridícula camiseta rosa tan apretada que acrecentaba indeciblemente el ofensivo aspecto de su grotesco exceso de grasa, caminando con las palmas de las manos vueltas hacia atrás, bamboleando sus rechonchos brazos al ritmo de sus torpes y mazilentos pasos mientras canturreaba-balbuceaba alguna cancion cani de casette de gasolinera, y he sentido como, en lugar de la habitual sensación de desprecio y asco que suele embargarme ante ese tipo de personajes, me invadía una extraña sensación de misericordia y eterna compasión, y por una vez no he ejecutado ni mi ritual de los gitanos ni el de los gordos. Ni siquiera he tenido que desviar la mirada ni contener una mueca de las casi incontenibles nauseas que suelo sentir en situaciones similares cuando no me siento tan magníficamente bien.

Esto me recuerda a una ocasión, hace años, en que fuí seleccionado para participar en "Saber y Ganar", y como por culpa de un personaje similar, mantuve un pequeño altercado verbal con Jordi Hurtado y la realizadora lesbiana, pero esa es otra historia y tengo que ir a comprar una bandejita de pasteles para celebrar que estoy vivo, que me siento lleno de luz y bondad, y que la vida no es una rueda que gira, sino el surco que deja en el camino.

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