sábado, 25 de abril de 2009

Salchichón Extra.

Hay tan sólo una cosa que me toca más los cojones que una operadora deseosa de hacer contratos a mi costa y esa cosa odiosa es el verano. Porque el verano no es tán sólo una estación calurosa. El verano es una plaga bíblica consabida y tolerada de insectos y horteras, de fiestas gilipollas y vagos ambulantes.

Parece como si hubiesen estado aguardando incontables legiones de cucarachas de todos los rincones, tamaños y colores, para despertar de su letargo invernal y transformar la ciudad en un carnaval nauseabundo. Terrazas de cafeterías atestadas de señoronas momificadas de clase pudiente exigiendo su dosis de ginebra importada. Calles masificadas de macarras de extrarradio exhibiendo su malafollá a pecho descubierto. Niñatas pintadas como puertas mostrando el muslámen cuyas carnes parecen propiamente casquerías de algún matadero clandestino. Holgazanes, hordas de holgazanes.

Por suerte, el puerto de Aguadulce se ha convertido en el centro neurálgico lobotomizado de toda esta flora y fauna. Pero aún siendo así hasta aquí llega el hedor.

Asqueado, me guardo en un bolsillo el pedido semanal para el supermercado.

He de proveer a mi madre de lejía, aguarrás y papel de aluminio.

Que no se me olvide ese cuarto de salchichón extra.

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